Hoy, la Iglesia celebra la fiesta del Bautismo del Señor, y es con esta liturgia llena de asombro que las tres grandes revelaciones o «teofanías» del tiempo de Navidad se llevan a un cumplimiento asombroso.
La primera de estas revelaciones fue el nacimiento del Niño Jesús, que se celebró el día de Navidad. Esta «teofanía» nos presentó la primera ocasión en que se dio a conocer a la vista humana que Dios había aceptado para sí una naturaleza humana y se había dejado nacer en este mundo como hombre. Dios viene a Israel y al mundo de una manera muy parecida a la nuestra. Dios nace en Cristo de unos padres concretos, en el seno de una familia concreta y en un lugar y momento determinados. Dios es lo que Cristo es: como un bebé, como un niño y como un hombre adulto: Cristo es Dios.
La segunda de estas revelaciones es la solemnidad de la Epifanía de Cristo. En esta liturgia se reveló la teofanía de Cristo como Mesías (es decir, como el verdadero rey de Israel). Con esta revelación llegaron también los signos que presagiaban la misión de Cristo, una misión por la que transformaría tanto a Israel como al mundo. La Iglesia profesa y cree que Cristo es el cumplimiento de las expectativas de Israel de que Dios enviaría a su pueblo un Mesías; pero más que eso, ¡creemos que es el propio Dios de Israel quien viene a este mundo como Mesías!
La tercera de estas revelaciones se presenta en la liturgia del domingo, en la que la Iglesia acepta y discierne el acontecimiento del Bautismo de Cristo.
Aunque este acontecimiento evoca y prefigura el Sacramento del Bautismo de la Iglesia, no debemos confundirlos. Cristo no recibe el Sacramento del Bautismo, y lo que Juan imparte no es lo que la Iglesia hace cuando las personas son bautizadas.
(((El bautismo de Juan era un acto ritual de purificación que se parecía mucho al mikvah que un fiel israelita aceptaba antes de entrar en el recinto del Templo. Juan presentó su mikvah o bautismo como un acto por el cual uno se prepararía para recibir al Mesías y entrar con él en la Era Mesiánica.
Es un misterio por qué Cristo mismo aceptaría este tipo de bautismo.
Tal vez sea para mostrar la profundidad de su identificación con Israel y que, como su Mesías, no esperaría ni pediría nada a su pueblo elegido que él mismo no sufriera en un primer momento.
O tal vez sea para prefigurar su inmersión en el pecado y la muerte en el aterrador acontecimiento de la cruz. Así como desciende a las profundidades del Jordán y luego emerge, así será en su misterio pascual.
Los Padres de la Iglesia presentaron la idea de que, al sumergirse en las aguas del bautismo de Juan, Cristo santificó todas las aguas del mundo para su uso en el Sacramento del Bautismo de la Iglesia.
Todas estas ideas son interesantes y útiles, pero ninguna en sí misma es la revelación o la teofanía que la liturgia de hoy nos ofrece.)))
La gran revelación del Bautismo del Señor se discierne, no en la razón por la que acepta el Bautismo, sino en que en ese momento se reveló algo sobre la identidad de Dios que no se conocía plenamente o ni siquiera se creía posible. El Bautismo de Cristo es la ocasión en que se revela la Trinidad: el Hijo se da a conocer, el Padre habla y el Espíritu Santo desciende. Es este misterio, el misterio de la Trinidad, el que lleva a su plenitud las revelaciones o teofanías del tiempo santo de Navidad.
¿La lección?
Recordad, cristianos, que no creéis que Dios sea simplemente una idea en vuestra mente o una proyección de vuestro mejor yo. Dios no es para vosotros una fuerza desconocida e incognoscible del universo o un sentimiento que contenéis en vuestro corazón. El único y verdadero Dios se ha revelado en Cristo como la Trinidad: la misteriosa comunión del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, una comunión de Amor Divino «en la que vivimos, nos movemos y existimos». Es este Amor Divino el que trajo todo a la existencia, y por Cristo, es a este Amor Divino al que todos volveremos un día.
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