1. Homilía Jueves Santo, para esta parroquia:
2.- Reflexión de Laudes. Papa Francisco, sobre la mundanidad.
3.- Robert Barron: El dolor es metafísicamente básico.
4.- Meditación para Viernes Santo
5.- Meditación para Sábado Santo.
1. Homilía Jueves Santo, para esta parroquia:
El Dios de la biblia está extremadamente interesado en liberar a las personas de la esclavitud y de toda la dinámica de ser amo o ser esclavo
Cuando los grandes profetas critican a los hijos de israel a menudo les dicen así: se han convertido en opresores.
¿Será posible que os hayáis olvidado de lo que pasasteis en Egipto, cuando vosotros mismos erais esclavos? Cuando lo habéis pasado mal y alguien os ayudó?
¿Por qué olvidamos tan fácilmente a los pobres, a los que nos necesitan, a los que buscan refugio o ayuda entre nosotros?
Cuando Jesucristo apareció por primera vez predicando en las colinas de Galilea
Habló de un reino de Dios, en el sermón de la montaña, expuso las características y cualidades de este reino.
Los miembros o partícipes de este Reino habríamos de ser pacíficos, mansos, misericordiosos, pobres de espíritu, hambrientos y sedientos no de dominación sino de justicia y de fraternidad. Los franciscanos especialmente alimentamos nuestra vocación y ‘nuestro reino’ de fraternidad.
Hemos de ir más allá de la ley de la represalia, venganza, rencor, .. del ojo por ojo
y hemos de poner la otra mejilla cuando seamos despreciados o no considerados.
Hemos de hacer un esfuerzo adicional con quien nos exija prestarle servicio, dar limosna, a quien nos pida considerarle o amarle, más allá de la buena vecindad.
Este es el reino de dios
Jesús encarnó este ideal en su propio ministerio.
Acogiendo a los pecadores, a los recaudadores de impuestos, a los enfermos, a los despreciados, al vecino de arriba que hace ruido, al jefe o compañero que no me agrada, al marido, a la esposa, etc, a todos los que entrarán en el Reino de los cielos antes que yo.
Jesús pone patas arriba el ordenado mundo humano-espiritual de nuestra humana forma de pensar y sentir.
Resume el pensar de Jesús su mandato de que sirvamos especialmente a quien no pueda recompensarnos.
ES de paganos buscar reconocimiento, recompensa, un bien mayor, ser vistos como importantes, vengar nuestras heridas, presumir más que los demás hasta dejar de ser lo que somos. Ante Dios.
No debe ser así entre nosotros
más bien:
el más grande entre nosotros ha de ser servidor de sus hermanos
La noche antes de morir, Jesús se reunió con sus doce elegidos y, nos cuenta solo el evangelio de Juan, hizo algo extraordinario:
Durante la cena de Pascua, se quitó su manto, tomó una toalla y lavó los pies de sus discípulos
Estamos tan acostumbrados a esto, como una práctica litúrgica, que no sentimos el drama y la conmoción que causó este lavado en sus discípulos.
Cuanto un padre hace algo propio de un siervo, el hijo se asusta porque se le está diciendo que también tendrá que hacerlo él.
Cuando yo quiero enseñar a los niños a recoger la basura de un aula o un patio, primero tengo que hacerlo yo, y enseguida los niños entienden que ellos también tienen que hacerlo.
El lavado de pies se consideraba una tarea tan servil que solo la realizaba el esclavo doméstico. Para tener una idea de lo que significaba podríamos imaginar al anfitrión de una cena de empresa, o de una comida de boda, levantándose para limpiar los zapatos de sus invitados, o para aparcar los coches de sus invitados.
San Pedro tuvo dificultades en aceptar que éste era el rol de Dios, el de un siervo que viene a lavarte los pies, y a lavar tus pecados.
Ese lavado de pies es una imagen de nuestro bautismo.
Dios nos lava para que nosotros también lavemos los pies de los demás.
Cristianamente, el amo se transforma en esclavo, el amo tira al suelo el sistema de amo – esclavo. Israel tuvo que liberarse, a través de las aguas del mar rojo, y Pedro tiene que pasar por el agua que se usaópara lavar los pies a sus hermanos.
¡Q bonito que la iglesia haya tenido a bien repetir este humilde acto de Jesús, litúrgicamente, a lo largo de los siglos y siglos.
Pues es la expresión perfecta de nuestro ser imagen y semejanza de Dios.
La segunda lectura de esta noche contiene el relato más antiguo que tenemos de la eucaristía, anterior a cualquiera de los evangelios: la noche antes de morir, Jesús se reclinó a la mesa con sus discípulos, según la costumbre judía
y luego tomo pan y después de haber dado gracias lo partió
y dijo: ‘Este es mi cuerpo, que es para vosotros. Haced esto en conmemoración mía”
Y de la misma manera, también el cáliz, después de la cena diciendo: Este cáliz es la nueva alianza de mi sangre”
Para la mayoría de las personas, atrapadas en la dinámica amo – esclavo, (Mandar o sufrir que otros manden) del mundo pecaminoso, sus vidas tienen que ver con la autoprotección, la autopromoción, salir adelante, mantener a los demás a raya, obtener todo lo posible para sí mismos, convertirse en amo para no ser esclavos, criticar a todo el que brilla un poco más que yo…..
Pero la eucaristía pone todo eso patas arriba
La pregunta que hace un cristiano no es cómo puedo salir adelante
Sino más bien ¿cómo puedo entregarme? Aún en los momentos difíciles.
¿Cómo entregarme para avanzar todos de la mano?
Entonces en esta noche de jueves santo entremos en este nuevo orden de vida;
Un orden que va más allá de la dinámica del amo - siervo .
Más allá de los valores del mundo y de la mundanidad de que tanto nos habla el Papa Francisco.
Entremos hermanos y hermanas en el Reino de Dios.
2.- Reflexión de Laudes. Papa Francisco, sobre la mundanidad.
Homilía del Papa Francisco.
Jesús muchas veces, y especialmente en su despedida con los apóstoles, habla del mundo (cf. Jn 15,18-21). Y aquí dice: «Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros» (v. 18). Claramente habla del odio que el mundo ha tenido contra Jesús y tendrá contra nosotros. Y en la oración que hace en la mesa con los discípulos durante la Cena, le pide al Padre que no los retire del mundo, sino que los defienda del espíritu del mundo (cf. Jn 17,15).
Creo que podemos preguntarnos: ¿cuál es el espíritu del mundo? ¿Qué es esta mundanidad, capaz de odiar, de destruir a Jesús y sus discípulos, es más, de corromperlos y corromper a la Iglesia? Nos hará bien reflexionar sobre cómo es el espíritu del mundo, qué es. Es una propuesta de vida, la mundanidad. Hay quien piensa que la mundanidad es ir de fiesta, vivir haciendo fiestas... No, no. La mundanidad puede ser esto, pero fundamentalmente no es esto.
La mundanidad es una cultura; es una cultura de lo efímero, una cultura de la apariencia, del maquillaje, una cultura de “hoy sí, mañana no, mañana sí y hoy no”. Tiene valores superficiales. Una cultura que no conoce la fidelidad, porque cambia según las circunstancias, lo negocia todo. Esta es la cultura mundana, la cultura de la mundanidad. Y Jesús insiste en defendernos de esto y reza para que el Padre nos defienda de esta cultura de la mundanidad. Es una cultura de usar y tirar, según la conveniencia. Es una cultura sin lealtad, no tiene raíces. Pero es una forma de vida, un modo de vivir también de muchos que se llaman cristianos. Son cristianos pero son mundanos.
En la parábola de la semilla que cae en la tierra, Jesús dice que las preocupaciones del mundo —es decir, de la mundanidad— sofocan la palabra de Dios, no la dejen crecer (cf. Lc 8,7). Y Pablo dice a los Gálatas: “Eráis esclavos del mundo, de la mundanidad” (cf. Ga 4, 3). Siempre me causa profunda impresión leer las últimas páginas del libro del padre De Lubac: “Las meditaciones sobre la Iglesia” (cf. Henri de Lubac, Meditación sobre la Iglesia, Bilbao 1958), las últimas tres páginas, donde habla precisamente de la mundanidad espiritual. Y dice que es el peor daño que le puede pasar a la Iglesia; y no exagera, porque luego dice algunos males que son terribles, y este es el peor: la mundanidad espiritual, porque es una hermenéutica de vida, es una forma de vida; también un modo de vivir el cristianismo. Y para sobrevivir ante la predicación del Evangelio, odia, mata.
Cuando se dice de los mártires que son asesinados por odio a la fe, sí, realmente para algunos el odio era por un problema teológico; pero no eran la mayoría. En la mayoría [de los casos] es la mundanidad que odia la fe y los mata, como lo hizo con Jesús.
Es curioso: la mundanidad, alguien me puede decir: “Pero padre, esto es una superficialidad de vida...”. ¡No nos engañemos! ¡La mundanidad no es superficial en absoluto! Tiene raíces profundas, raíces profundas. Es como camaleónica, cambia, va y viene según las circunstancias, pero la sustancia es la misma: una propuesta de vida que entra en todas partes, incluso en la Iglesia. Mundanidad, hermenéutica mundana, maquillaje, se maquilla todo para que sea así.
El apóstol Pablo llegó a Atenas, y se quedó impresionado cuando vio muchos monumentos a los dioses en el Areópago. Y pensó en hablar sobre esto: “Sois un pueblo religioso, así lo veo... Me ha llamado la atención ese altar al ‘dios desconocido’. A este yo le conozco y vengo a deciros quién es”. Y comenzó a predicar el Evangelio. Pero cuando llegó a la cruz y la resurrección se escandalizaron y se fueron (cf. Hch 17,22-33). Hay una cosa que la mundanidad no tolera: el escándalo de la Cruz. No lo tolera. Y la única medicina contra el espíritu de la mundanidad es Cristo muerto y resucitado por nosotros, escándalo y necedad (cf. 1Co 1,23).
Es por esto por lo que el apóstol Juan, cuando en su primera Carta trata el tema del mundo, dice: «Es la victoria que venció al mundo: nuestra fe» (1Jn 5,4). La única: la fe en Jesucristo, muerto y resucitado. Y eso no significa ser fanático. Esto no significa descuidar el diálogo con todas las personas, no, pero con la convicción de fe, a partir del escándalo de la Cruz, de la necedad de Cristo y también de la victoria de Cristo. “Esta es nuestra victoria”, dice Juan, “nuestra fe”.´
3.- Robert Barron: El dolor es metafísicamente básico.
Escribo estas palabras el Jueves Santo, cuando el mundo cristiano entra en la época más santa y espiritualmente intensa del año. El largo tiempo de Cuaresma nos ha preparado para ahondar una vez más en el misterio de la muerte y resurrección del Señor Jesús. Mientras contemplaba los acontecimientos del Jueves Santo, el Viernes Santo y el Domingo de Pascua, mi mente se ha vuelto, una y otra vez, hacia el hecho brutal del dolor. Tal vez esto estaba condicionado por una conversación reciente que tuve con Jordan Peterson, quien comentó que el dolor es de alguna manera metafísicamente básico. Lo que quiso decir es que incluso el filósofo más escéptico tendría que admitir la existencia del dolor y tener que lidiar con él. Por mucho que intentemos huir del mundo de la materia, nuestros cuerpos y nuestras mentes simplemente no nos permitirán dejar de lado el hecho y el problema del sufrimiento.
Todo el mundo sufre y en una variedad de niveles. Los bebés sufren de hambre y sed, y sus gritos penetrantes nos lo recuerdan. Todos experimentamos cortes, ampollas, moretones, huesos rotos, infecciones, sarpullidos y sangrado. Si vivimos lo suficiente, desarrollamos cánceres; nuestras arterias se atascan y sufrimos ataques al corazón y derrames cerebrales. Muchos de nosotros hemos pasado mucho tiempo en hospitales, donde languidecimos en la cama, incapaces de funcionar. Innumerables personas viven ahora con dolor crónico, sin ninguna esperanza real de curación. Y mientras compongo estas palabras, miles de personas alrededor del mundo están muriendo, jadeando por sus últimos alientos.
Pero el dolor no se limita en absoluto a la dimensión física. En muchos sentidos, el sufrimiento psicológico es más agudo, más terrible, que el dolor corporal. Incluso los niños pequeños experimentan el aislamiento y el miedo al abandono. Desde que somos pequeños, sabemos lo que es sentir rechazo y humillación. Un tremendo sufrimiento psicológico surge de la soledad, y he experimentado esto varias veces en mi vida, particularmente cuando empecé en una nueva escuela en una ciudad que no conocía. Comenzar el día de uno y no tener una perspectiva realista de conexión humana es simplemente infernal. Y prácticamente todos han tenido la terrible experiencia de perder a un ser querido. Cuando te das cuenta de que esta persona, que es tan importante para ti, simplemente ha desaparecido de este mundo, entras en un reino de oscuridad como ningún otro. ¿Y quién puede olvidar la terrible textura de la sensación de ser traicionado? Cuando alguien que estabas convencido de que era un amigo, totalmente de tu lado, se vuelve contra ti, sientes como si el fundamento de tu vida hubiera cedido.
Pero no hemos mirado hasta el fondo del pozo del sufrimiento, porque también hay lo que podría llamar dolor existencial. Este es el sufrimiento que surge de la pérdida de sentido y finalidad. Alguien podría estar físicamente bien e incluso psicológicamente equilibrado, pero al mismo tiempo podría estar trabajando bajo el peso de la desesperación. El adagio de Jean-Paul Sartre “la vie est absurde” (la vida es absurda) o “Dios está muerto” de Friedrich Nietzsche expresan este estado de ánimo. Al examinar estos diversos niveles de dolor, sentimos la profunda verdad en la convicción budista de que “toda la vida es sufrimiento”.
Ahora quiero dar otro paso importante. Hay una conexión muy estrecha entre el dolor y el pecado. La mayor parte del daño que hacemos intencionalmente a otras personas es causada por el sufrimiento. Para evitarlo, vengarlo o adelantarnos a él, lo infligimos a otros. Y este es el leitmotiv de gran parte de la oscura y enredada historia de la humanidad. Más concretamente, sólo considera cómo te comportas con los demás cuando estás sufriendo mucho.
Mi amable lector probablemente se esté preguntando a estas alturas por qué he estado insistiendo tanto en estas verdades oscuras. La razón es simple. En la época más santa del año, la Iglesia nos presenta la imagen de un hombre que experimenta prácticamente todo tipo de dolor. La cruz romana fue quizás el instrumento de tortura más perversamente inteligente jamás concebido. La persona cuya mala suerte infinita era colgar de ella moría muy lentamente de asfixia y desangramiento, incluso mientras se retorcía en un dolor literalmente insoportable (en inglés “dolor insoportable” se dice “excruciating pain”, “excruciating” viene de ex cruce, de la cruz). Así es como murió Jesús: en el límite del sufrimiento físico, cubierto de moretones y laceraciones. Pero más que eso, murió en una angustia psicológica igualmente insoportable. Sus amigos más cercanos lo habían abandonado, traicionado o negado; los transeúntes se reían de él y le escupían; las autoridades, tanto religiosas como políticas, se burlaban de él. Y me atrevería a decir que también estaba en las garras de algo así como el sufrimiento existencial. El terrible grito: “Dios, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” sólo podía venir de un sentido de distancia de la fuente del sentido.
Sin embargo, el que colgaba de esa terrible cruz no era sólo un hombre; él también era Dios. Y esta verdad es la bisagra sobre la cual gira el Misterio Pascual. Dios ha asumido todo el dolor que aflige la condición humana: físico, psicológico y espiritual. Dios va a los lugares más oscuros que habitamos. Dios experimenta el brutal hecho metafísico del sufrimiento en todas sus dimensiones. ¡Y esto significa que el dolor no tiene la última palabra! Esto significa que el dolor ha sido envuelto en la misericordia divina. Y esto implica, finalmente, que el pecado ha sido tratado. Una vez que entendemos que el amor de Dios es más poderoso que el sufrimiento, hemos perdido, al menos en principio, la motivación para pecar.
Estos maravillosos días de Pascua nos enseñan que el dolor, de hecho, no es metafísicamente básico. La misericordia divina es metafísicamente básica. Y en eso está nuestra salvación.
4.- Meditación para Laudes Viernes Santo.
Pasión del Señor: ¡La Verdad se hizo carne!
Solo hay una forma de escapar de la corriente del tiempo que arrastra todo detrás de sí: ¡pasar a lo que no pasa! Porque Pascua significa tránsito.
Cada año celebramos la Pascua con el ruido en nuestros oídos de bombas y explosiones no lejanas de aquí… «Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera». Si no cambiáis vuestras lanzas en podaderas, vuestras espadas en arados y vuestros misiles en fábricas y casas, ¡todos pereceréis de la misma manera!”. .
«Pilato dijo, ¿Qué es la verdad?»
Pilatos le pregunta: ¿Qué es la verdad? “Jesús quiere que Pilatos entienda que la pregunta es más seria de lo que cree, pero que tiene un significado solo si no repite simplemente una acusación de otros”. Jesús, trata de llevar a Pilatos a una visión más elevada. Le habla de su reino, un reino que «no es de este mundo». El procurador solo entiende una cosa: que no se trata de un reino político.
Vino a la tierra para ser testigo de la verdad
Al declarar Jesús que es rey, Jesús se expone a la muerte; pero en lugar de disculparse negándolo, lo afirma fuertemente. Y así, revela su origen superior, por lo tanto, misteriosamente existía antes de la vida terrenal, viene de otro mundo. Vino a la tierra para ser testigo de la verdad. Trata a Pilatos como un alma que necesita luz y verdad y no como a un juez. Se interesa en el destino del hombre Pilatos, más que en el suyo personal. Con su llamada a recibir la verdad, quiere inducirle a entrar en sí mismo, a mirar las cosas con ojos diferentes, a colocarse por encima de la contienda momentánea con judíos.
“El procurador romano capta la invitación que Jesús le dirige, pero es escéptico e indiferente. El misterio que barrunta en las palabras de Jesús le da miedo y prefiere terminar la conversación. Murmura dentro de sí, encogiéndose de hombros: «¿Qué es la verdad?» y sale del pretorio”
El hombre de hoy también da la espalda a la verdad
Al repasar el diálogo entre Jesús y Pilato, vemos que esta página del Evangelio es hoy muy actual. Al igual que en el pasado, el hombre se pregunta: «¿Qué es la verdad?». Pero, como Pilatos, da la espalda distraídamente al que dijo: «He venido al mundo para dar testimonio de la verdad» y «¡Yo soy la Verdad!». Nuestro mundo actual, actúa, discute y argumenta «etsi Christus non daretur»: como si nunca hubiera existido en el mundo un hombre llamado Jesucristo.
“La palabra «Dios» se convierte en un recipiente vacío que cada uno puede llenar a su antojo. Jesús da contenido a su nombre diciendo: «El Verbo se hizo carne». ¡La Verdad se hizo carne! De ahí el arduo esfuerzo del mundo por dejar a Jesús fuera del discurso sobre Dios: ¡Jesús quita al orgullo humano cualquier pretexto para decidir, el hombre, lo que Dios es!”
La verdad de Cristo en la historia
Un conocido escritor inglés del siglo pasado —conocido por el gran público por ser el autor del ciclo de novelas y películas «El Señor de los Anillos», John Ronald Tolkien— en una carta, dio esta respuesta a su hijo que le presentaba la misma objeción: “Se necesita una sorprendente voluntad de no creer para suponer que Jesús nunca existió o que no dijo las palabras que se le atribuyen, pues son imposibles de inventar por cualquier otro ser en el mundo”. La única alternativa a la verdad de Cristo, agregaba el escritor, es que se trata de «un caso de megalomanía demente y fraude gigantesco». ¿Podría tal caso, sin embargo, resistir veinte siglos de feroz crítica histórica y filosófica, y producir los frutos que ha producido?
“Hoy se va más allá del escepticismo de Pilato. Hay quien piensa que ni siquiera se debe uno plantear la pregunta «¿Qué es la verdad?», ¡porque la verdad, simplemente, no existe! «Para el mundo de hoy ¡Todo es relativo, nada es cierto! ¡Pensar lo contrario es una presunción intolerable!» Ya no hay espacio para «las grandes narraciones sobre el mundo y la realidad», incluidos aquellos sobre Dios y sobre Cristo”.
El mundo es más absurdo y desesperanzador sin la fe
El iniciador de la corriente filosófica del Existencialismo, Søeren Kierkegaard, dijo que, en nuestro tiempo, “se habla mucho de miserias humanas; se habla mucho de vidas desperdiciadas. Pero desperdiciada es sólo la vida de ese hombre que nunca se dio cuenta, porque nunca tuvo, en el sentido más profundo, la impresión de que hay un Dios y que él —precisamente él, su yo—, está ante este Dios”. Se dice: ¡hay demasiada injusticia, demasiado sufrimiento en el mundo como para creer en Dios! Es cierto que hay sufrimiento, pero pensemos en cuánto más absurdo y desesperanzador se vuelve el mal que nos rodea sin fe en un triunfo final del bien.
“La resurrección de Jesús de entre los muertos es la promesa y la garantía cierta de que este triunfo tendrá lugar, porque ya ha comenzado con Él”
¿Debemos seguir creyendo en Dios todavía?
El diálogo de Jesús con Pilato ofrece la ocasión para otra reflexión dirigida esta vez a nosotros los creyentes y hombres de Iglesia, no a los de fuera. ¡Los hombres de la Iglesia, tantos cristianos, incluso sacerdotes, te han decepcionado, incluso abandonado; han descalificado el nombre de Dios con pecados horrendos! ¿Y debemos seguir creyendo en Dios todavía?
El escritor Tolkien escribía a su hijo: “Nuestro amor se podrá enfriar y nuestra voluntad rasguñar por el espectáculo de las deficiencias, la locura y los pecados de la Iglesia y sus ministros, pero no creo que quien ha creído de verdad una vez abandone la fe por estas razones, y menos aún quien tiene algún conocimiento de la historia ... Esto es cómodo porque nos empuja a apartar la vista de nosotros mismos y de nuestras faltas y encontrar un chivo expiatorio... Creo que soy tan sensible a los escándalos como lo eres tú y cualquier otro cristiano”. He sufrido mucho en mi vida a causa de sacerdotes ignorantes, cansados, débiles y, a veces, incluso malos. Esta historia de decepciones comenzó antes de la Pascua con la traición de Judas, la negación de Simón Pedro, la huida de los apóstoles... ¿Llorar, entonces? Sí —recomendaba Tolkien al hijo—, pero por Jesús —por lo que debe soportar— antes que por nosotros.
¡Pasemos a Aquel que no pasa!
Cada año celebramos la Pascua con el ruido en nuestros oídos de bombas y explosiones no lejanas de aquí. “Recordemos lo que Jesús respondió una vez a la noticia de la sangre que Pilatos había hecho correr, y del derrumbe de la torre de Siloé: «Si no se convierten, todos perecerán de la misma manera». Si no cambiamos nuestras lanzas en podaderas, nuestras espadas en arados y nuestros misiles en fábricas y casas, y nuestras malas palabras y egoísmos, en sonrisas y caridad ¡todos pereceremos de la misma manera! Los acontecimientos nos han recordado que los arreglos del mundo cambian de un día para otro, que todo pasa, todo envejece; todo falla.
“Solo hay una forma de escapar de la corriente del tiempo que arrastra todo detrás de sí: ¡pasar a lo que no pasa! ¡Pon tus pies en tierra firme! Pascua significa tránsito. Tengamos todos este año una verdadera Pascua: ¡pasemos a Aquel que no pasa! ¡Pasemos ahora con el corazón, antes de pasar un día con el cuerpo!”
MEDITACIÓN SÁBADO Santo. Obispo Robert Barron
Cada primavera, qué privilegio es sumergirse en las liturgias de la Semana Santa. El lavatorio de los pies en el Jueves Santo, la veneración de la cruz en el Viernes Santo, el recorrido de las lecturas claves del Antiguo Testamento durante la Vigilia Pascual del Sábado, la gozosa resurrección del “Aleluya” en el Domingo de Pascua —todo esto tiene por objeto zambullirnos en el misterio de la muerte y resurrección del Señor Jesús.
El Cardenal Francis George de Chicago comentó cierta vez que vivimos en una cultura en la que “todo está permitido y nada está prohibido. La encuesta más informal en nuestra sociedad revela que a los hombres se les permite ser mujeres, y a las mujeres, hombres. El aborto, incluso hasta el momento del nacimiento, es legal (y ciertamente celebrado) en tantos estados; el suicido asistido de los que sufren es considerado un derecho fundamental del individuo y una prerrogativa del estado.
Pero la verdad de la segunda parte de la afirmación del Cardenal es igualmente obvia. La violación de la ortodoxia secular actual conlleva como resultado cancelación, eliminación u ostracismo permanente. Los ideólogos detrás del wokeísmo, advertirán que ser defensor de los valores religiosos tradicionales te transforma en un réprobo permanente sin ninguna esperanza de redención.
A la luz de la cruz, sabemos que muchas cosas no deben permitirse . . . en principio todo puede perdonarse.
la muerte y resurrección de Jesús revelan precisamente el reverso de lo que se consigue en nuestra cultura secular. Durante las liturgias de Semana Santa, especialmente en el Jueves y Viernes Santos, vemos prácticamente todas las formas de disfunción humana. Lo que llevó al Señor hasta la cruz fue un demoníaco fárrago de odio, estupidez, violencia, crueldad, injusticia institucional, preocupación por uno mismo, traición, negación e indiferencia total hacia la voluntad de Dios. Aunque muchos de los responsables de la muerte de Jesús se envolvieron en la bandera de la justicia u ofrecieron justificaciones patéticas para sus conductas, todos ellos quedaron expuestos, de hecho, como impostores y pecadores. La cruz misma sirvió como juzgamiento de la estupidez y debilidad humanas. A la luz de ella, no hubo oportunidad de ocultarse. Por supuesto, todos adoraríamos vivir en una sociedad donde todo estuviera permitido, donde ninguna de nuestras decisiones estuviera sujeta a cuestionamiento o corrección, donde “Estoy bien y tú estás bien”.
Pero la cruz de Jesús se posiciona en contra de todo esto. Enciende una luz implacable sobre nuestro pecado, especialmente sobre nuestro pecado oculto; nos convence, más allá de toda duda, que no estamos bien. Y todo esto es para bien, porque si nunca admitimos que pecamos, nunca estaremos abiertos a la salvación.
Al mismo tiempo, los relatos de la Resurrección del Señor revelan lo opuesto a la cultura de la cancelación. A la misma gente que lo ha negado, traicionado y abandonado, Jesús le muestra sus heridas por si acaso olvidaron sus pecados, pero luego pronuncia la incomparablemente hermosa palabra “Shalom”. En cualquier relato convencional de una historia como esta, el ofendido, al regresar de la muerte, se hubiera decidido por la venganza. Pero en la historia del Evangelio, el hombre que ha sido herido tanto como una persona puede ser herida, regresó con amor indulgente. Y profundicemos el punto, porque la persona en cuestión no era simplemente un hombre sino el verdadero Dios. Por lo tanto, ellos mataron a Dios y Dios les ofreció una palabra de paz y reconciliación. Si en la historia de la humanidad hubo algunos que merecieron ser cancelados, fueron todos aquellos que contribuyeron a la muerte de Jesús, aunque por el contrario fueron perdonados. Y esto significa (y es la Buena Noticia del Evangelio que se aplica a todas las personas a lo largo y ancho de los tiempos) que todo pecado es perdonable, que Dios no cancela a nadie.
Y entonces, para la cultura de la cancelación que dice, “Todo está permitido pero nada es perdonado”, los Cristianos deberíamos contestar, “A la luz de la cruz, sabemos que muchas cosas no deben permitirse”, y a la luz de la Resurrección, “en principio todo puede perdonarse”. En esa inversión de la ortodoxia actual, encontramos una palabra verdaderamente salvadora.
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