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Foto del escritorAlejandro

VIGILIA DE ORACIÓN POR LOS ENFERMOS


Sábado 10 de FEbrero.

Víspera de la festividad de N.Sra. de Lourdes, pues ésta cae en domingo


INICIO CELEBRANTE: En el nombre del Padre, + del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. ¡Que la paz de Cristo resucitado esté siempre con vosotros!


MONITOR: En vísperas de la festividad de Ntra. Sra. de Lourdes, queremos traer a nuestra oración y a esta eucaristía la oración de todos los enfermos de la parroquia.

Cristo resucitado es fuente de vida para cuantos creen en Él. Él sale al encuentro de los que sufren, habla con ellos, los toca y les devuelve la salud. En torno al Señor resucitado oramos hoy por los enfermos. Traemos a nuestra mente su cara, sus nombres, y se los presentamos al Señor.  


BENDICIÓN DEL FUEGO CELEBRANTE:

Oh Dios, que nos has dado el fuego para que sea para nosotros fuente de luz y de calor; dígnate bendecir + estas llamas. Que su fuego ilumine nuestra esperanza de llegar a ti en la meta de nuestra vida en la tierra, y que dé calor a cuantos sufren el frío de la incomprensión y la soledad en el dolor. Por JCNS.

Una vez colocado el cirio, se inciensa. Después, todos se sientan.


LECTURAS PARA LA REFLEXIÓN MONITOR:

 La oración de intercesión por los enfermos, por nuestros enfermos, nos ha traído aquí, convocados por Jesucristo resucitado. Cristo resucitado sale al encuentro de su discípulo y le dice: “No temas; soy yo”; “la paz esté contigo”. Nosotros habremos de ser, con frecuencia, esa mediación que el Señor utilice para consolar y aliviar a nuestros hermanos enfermos.

El primer texto, tomado de la encíclica de Juan Pablo II “Salvifcci Doloris” nos dice que la respuesta a la pregunta que el hombre se hace ante el sufrimiento y el mal está en la cruz de Jesús: esa respuesta es el amor entregado.

Pero también la entrega de Jesús en la cruz es respuesta de salvación como superación de la muerte, como vida eterna.




LECTOR 1: Lectura primera de la Salvificci Doloris.


SILENCIO MEDITATIVO


MONITOR: Seguidamente escucharemos un segundo texto de la misma carta encíclica de S.S. Juan Pablo II. Esta vez reflexiona en los padecimientos de Pablo y su relación con la luz pascual que vio camino de Damasco. El sufrimiento y la cruz son parte de un mismo misterio pascual, que culmina en la gloria; esto puede darnos la oportunidad de hacernos dignos del reino de Dios y nos brinda la ocasión de mostrar la grandeza moral del hombre, que es capaz de soportarlo en la esperanza de su liberación en la vida futura.


LECTOR 2: Lectura segunda de la Salvificci Doloris.


SILENCIO MEDITATIVO CANTO MEDITATIVO:


PRECES LITÁNICAS R/. Kyrie eleison

‐ Por nuestros familiares y amigos enfermos. Roguemos.

‐ Por los enfermos a los que atendemos o visitamos. Roguemos.

‐ Por los enfermos a los que no conocemos. Roguemos.

‐ Por los enfermos que no son comprendidos. Roguemos.

‐ Por los que llevan su enfermedad en soledad. Roguemos.

‐ Por los enfermos que no reciben un diagnóstico. Roguemos.

 Por los enfermos crónicos. Roguemos.

‐ Por los enfermos infecciosos. Roguemos.

‐ Por los enfermos que no son atendidos. Roguemos.

‐ Por los enfermos donde no pueden acceder a la sanidad pública. Roguemos.

‐ Por los enfermos que morirán por no poder costearse un tratamiento. Roguemos.

‐ Por los enfermos psíquicos. Roguemos.

‐ Por los enfermos terminales. Roguemos.

 ‐ Por los que agonizan sin compañía. Roguemos.

‐ Por los enfermos que se ven abandonados de los suyos. Roguemos.

‐ Por los discapacitados físicos y psíquicos. Roguemos.

‐ Por los niños que tienen que afrontar una enfermedad grave. Roguemos.

 ‐ Por los que sufren sin esperanza. Roguemos.

‐ Por los que tienen pánico al momento de su muerte. Roguemos.

‐ Para que Dios nos conceda la salud y la salvación. Roguemos.


 CELEBRANTE: ‐ El Señor esté con vosotros. ‐ Dios Padre, que os ha elegido para ser alegría y consuelo de los que sufren, os llene de bendiciones. R/. AMÉN.

‐ Dios Hijo, que os ha dado su luz para alumbrar vuestra vida y para que seáis luz para los que sufren, os acompañe en la tarea que realizáis al servicio de los enfermos. R/. AMÉN.

 ‐ Dios Espíritu Santo, que unió en la Pascua a los fieles en un mismo lenguaje de amor, os inspire el gesto y la palabra oportuna frente al hermano solo y desamparado. R/. AMÉN.

 ‐ Y LA BENDICIÓN DE DIOS TODOPODEROSO...

+ ‐ PODÉIS IR EN PAZ.


CANTO: Regina Coeli o Salve Madre

 TEXTO 1: Nº 13 Y14 de la encíclica Salvificci Doloris, de Juan Pablo II

Para hallar el sentido profundo del sufrimiento, siguiendo la Palabra revelada de Dios, hay que abrirse ampliamente al sujeto humano en sus múltiples potencialidades, sobre todo, hay que acoger la luz de la Revelación, no sólo en cuanto expresa el orden trascendente de la justicia, sino en cuanto ilumina este orden con el Amor como fuente definitiva de todo lo que existe. El Amor es también la fuente más plena de la respuesta a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento. Esta respuesta ha sido dada por Dios al hombre en la cruz de Jesucristo. Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna ». Estas palabras, pronunciadas por Cristo en el coloquio con Nicodemo, nos introducen al centro mismo de la acción salvífica de Dios. Ellas manifiestan también la esencia misma de la soteriología cristiana, es decir, de la teología de la salvación. Salvación significa liberación del mal, y por ello está en estrecha relación con el problema del sufrimiento. Según las palabras dirigidas a Nicodemo, Dios da su Hijo al « mundo » para librar al hombre del mal, que lleva en sí la definitiva y absoluta perspectiva del sufrimiento. Contemporáneamente, la misma palabra « da » (« dio ») indica que esta liberación debe ser realizada por el Hijo unigénito mediante su propio sufrimiento. Y en ello se manifiesta el amor, el amor infinito, tanto de ese Hijo unigénito como del Padre, que por eso « da » a su Hijo. Este es el amor hacia el hombre, el amor por el « mundo »: el amor salvífico. Nos encontramos aquí —hay que darse cuenta claramente en nuestra reflexión común sobre este problema— ante una dimensión completamente nueva de nuestro tema. Es una dimensión diversa de la que determinaba y en cierto sentido encerraba la búsqueda del significado del sufrimiento dentro de los límites de la justicia. Esta es la dimensión de la redención, a la que en el Antiguo Testamento ya parecían ser un preludio las palabras del justo Job, al menos según la Vulgata: « Porque yo sé que mi Redentor vive, y al fin... yo veré a Dios ». Mientras hasta ahora nuestra consideración se ha concentrado ante todo, y en cierto modo exclusivamente, en el sufrimiento en su múltiple dimensión temporal, (como sucedía igualmente con los sufrimientos del justo Job), las palabras antes citadas del coloquio de Jesús con Nicodemo se refieren al sufrimiento en su sentido fundamental y definitivo. Dios da su Hijo unigénito, para que el hombre « no muera »; y el significado del « no muera » está precisado claramente en las palabras que siguen: « sino que tenga la vida eterna ».


TEXTO 2: De los nº 21 y22 de la Salvificci Doloris, de Juan Pablo II

La cruz de Cristo arroja de modo muy penetrante luz salvífica sobre la vida del hombre y, concretamente, sobre su sufrimiento, porque mediante la fe lo alcanza junto con la resurrección: el misterio de la pasión está incluido en el misterio pascual. Los testigos de la pasión de Cristo son a la vez testigos de su resurrección. Escribe San Pablo: « Para conocerle a Él y el poder de su resurrección y la participación en sus padecimientos, conformándome a Él en su muerte por si logro alcanzar la resurrección de los muertos ».

 Verdaderamente el Apóstol experimentó antes « la fuerza de la resurrección » de Cristo en el camino de Damasco, y sólo después, en esta luz pascual, llegó a la « participación en sus padecimientos », de la que habla, por ejemplo, en la carta a los Gálatas. La vía de Pablo es claramente pascual: la participación en la cruz de Cristo se realiza a través de la experiencia del Resucitado, y por tanto mediante una especial participación en la resurrección. Por esto, incluso en la expresión del Apóstol sobre el tema del sufrimiento aparece a menudo el motivo de la gloria, a la que da inicio la cruz de Cristo. Los testigos de la cruz y de la resurrección estaban convencidos de que « por muchas tribulaciones nos es preciso entrar en el reino de Dios ».

Y Pablo, escribiendo a los Tesalonicenses, dice: « Nos gloriamos nosotros mismos de vosotros... por vuestra paciencia y vuestra fe en todas vuestras persecuciones y en las tribulaciones que soportáis. Todo esto es prueba del justo juicio de Dios, para que seáis tenidos por dignos del reino de Dios, por el cual padecéis ». Así pues, la participación en los sufrimientos de Cristo es, al mismo tiempo, sufrimiento por el reino de Dios. A los ojos del Dios justo, ante su juicio, cuantos participan en los sufrimientos de Cristo se hacen dignos de este reino. Mediante sus sufrimientos, éstos devuelven en un cierto sentido el infinito precio de la pasión y de la muerte de Cristo, que fue el precio de nuestra redención: con este precio el reino de Dios ha sido nuevamente consolidado en la historia del hombre, llegando a ser la perspectiva definitiva de su existencia terrena.

Cristo nos ha introducido en este reino mediante su sufrimiento. Y también mediante el sufrimiento maduran para el mismo reino los hombres, envueltos en el misterio de la redención de Cristo. A la perspectiva del reino de Dios está unida la esperanza de aquella gloria, cuyo comienzo está en la cruz de Cristo. La resurrección ha revelado esta gloria —la gloria escatológica— que en la cruz de Cristo estaba completamente ofuscada por la inmensidad del sufrimiento. Quienes participan en los sufrimientos de Cristo están también llamados, mediante sus propios sufrimientos, a tomar parte en la gloria. Pablo expresa esto en diversos puntos. Escribe a los Romanos: « Somos ... coherederos de Cristo, supuesto que padezcamos con Él para ser con Él glorificados. Tengo por cierto que los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros ». En la segunda carta a los Corintios leemos: « Pues por la momentánea y ligera tribulación nos prepara un peso eterno de gloria incalculable, y no ponemos los ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles ». El apóstol Pedro expresará esta verdad en las siguientes palabras de su primera carta: « Antes habéis de alegraros en la medida en que participáis en los padecimientos de Cristo, para que en la revelación de su gloria exultéis de gozo ». El motivo del sufrimiento y de la gloria tiene una característica estrictamente evangélica, que se aclara mediante la referencia a la cruz y a la resurrección. La resurrección es ante todo la manifestación de la gloria, que corresponde a la elevación de Cristo por medio de la cruz. En efecto, si la cruz ha sido a los ojos de los hombres la expoliación de Cristo, al mismo tiempo ésta ha sido a los ojos de Dios su elevación. En la cruz Cristo ha alcanzado y realizado con teda plenitud su misión: cumpliendo la voluntad del Padre, se realizó a la vez a sí mismo.

En la debilidad manifestó su poder, y en la humillación toda su grandeza mesiánica. ¿No son quizás una prueba de esta grandeza todas las palabras pronunciadas durante la agonía en el Gólgota y, especialmente, las referidas a los autores de la crucifixión: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen »? A quienes participan de los sufrimientos de Cristo estas palabras se imponen con la fuerza de un ejemplo supremo El sufrimiento es también una llamada a manifestar la grandeza moral del hombre, su madurez espiritual. De esto han dado prueba, en las diversas generaciones, los mártires y confesores de Cristo, fieles a las palabras: « No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, que el alma no pueden matarla ».

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